miércoles, 4 de diciembre de 2013

Una semana en una finca de bananos o introducción a Ecuador


La familia Quezada en Corralitos nos permitió conocer la vida cotidiana de un ecuatoriano o ecuatoriana promedio, de una manera muy especial. Llegamos gracias a la hospitalidad de Hamilton, joven de 30 años y uno de los hijos más chicos de los Quezada, el único que aún vive en la casa familiar. En nuestros contactos por couchsurfing, nos dijo que vivía en el campo y que sembraban bananos y cacao. Nos pareció interesante entrar por esa puerta a Ecuador, gran productor de bananas en el mundo, y con nuestras expectativas a cuestas hacia allí fuimos. Desde Máncora en Perú partimos rumbo a Machala y a las pocas horas de llegar nos encontramos con Hamilton para dirigirnos en su auto a Corralitos. Pueblo de productores pequeños y medianos de banana y plátano, algunos también tienen cacao. Transcurrimos una semana en ese pueblo y en el intercambio de experiencias y miradas pudimos apreciar el modo en que el gobierno de Rafael Correa está presente en una familia normal de un pequeño lugar de Ecuador.

La familia Quezada tiene sólo 10 hectáreas en bananos, es decir que requiere de cierta regularidad en la política económica para lograr vivir bien y proyectar sus días. Correa logró en poco tiempo generar estabilidad y perspectiva de futuro. Jorge, el padre de familia, se levanta todos los días bien temprano, monta su camioneta pick up modelo antiguo y se va a las plantaciones, para trabajar junto a sus 4 o 5 obreros que tienen la tarea cotidiana de mantener los bananos en buen estado. Cada martes preparan el embarque hacia Alemania y Chile con todas las exigencias internacionales. Son entre 300 y 400 cajas de bananos de primera y segunda calidad que salen de Corralitos a Puerto Bolívar y de allí al mundo, cada martes.
Dos hijos de la familia en España nos cuentan otra historia, la de los 90, aquella en la que los ecuatorianos andaban con perfil bajo, paralizados y desmoralizados por la cultura neoliberal que arrasó con las esperanzas de otrora. Ni el verde de una linda hoja de banano levantaba el ánimo y el humor, dicen por las calles. Años después Hamilton es la expresión más cabal del cambio de época. Estudia inglés, le fascinan los idiomas, la lingüística, conversar, leer, saber más sobre el mundo cotidiano de otras personas. Así, se graduó de profesor con uno de los mejores promedios de la Universidad de Machala y concursó para una beca de postgrado en EEUU, la ganó. Estuvo allí 7 meses y ahora está a punto de lograr su beca de maestría que lo volverá a tener en EEUU un año más. Para devolver al Estado Ecuatoriano esa inversión en su capacitación y perfeccionamiento, da clases todos los días en una escuela pública, de las nocturnas a las que van las personas mayores que ya trabajan. Ama viajar y cuando no puede hacerlo recibe viajeros, en su casa de familia grande que hoy tiene cuartos vacíos, para desestructurar la rutina y dejar andar la imaginación con nuevas historias que ingresan al hogar con mochila y todo.
Margarita, ya acostumbrada a las ocurrencias de su hijo, es la mejor couch que un surfista pudiera imaginarse. Hamilton aprende y enseña con la llegada de un nuevo viajero, Margarita, también. La cocina se transforma en un mundo de intercambio cultural a través de la gastronomía. Y como fresa en el postre, los fines de semana se reúne la familia ampliada, la del pueblo, en la que varones y mujeres comparten jornadas enteras de cerveza, rica comida y volley ecuatoriano en la canchita alrededor de la cual se concentra el pueblo. La cancha y la iglesia son los puntos de encuentro de la comunidad.    

Así compartimos nuestros días en Corralitos:




















 




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