Estas líneas acuden, palabra tras
palabra, con varias ideas ronroneando. Ninguna termina de despertar del todo y,
sin embargo, todas caminan hacia el mismo norte: balance. Será que La Cigarra
se aproxima al año de viaje y las imágenes de las puestas de sol, de las lunas
llenas, junto a los sabores de arepas y sancochos se entremezclan en ese
zigzaguear entre sierras andinas de ojos negros, y mares de pescadores artesanales
que descansan la piel curtida en sus hamacas. El ruido del mar es sordo ahora
ante sus ojos y las reflexiones aguardan algún guiño. Es que por estos días hay
una idea que se aloja insistente codeándose con otras.
Desde que hemos pisado Venezuela
venimos compartiendo charlas, cafecitos y traguitos con grandes personajes,
militantes históricos que han sobrevivido dictaduras tanto de Argentina como de
Venezuela. Cincuentones y sesentones – varones y mujeres – cuyas miradas por
momentos andan perdidas por ahí. Algunos fuman y otros ya han dejado atrás el
cigarrillo. Ellos y ellas han decido habitar sitios de gran belleza, son sus
refugios, alejados de las ciudades y a prudente distancia de guarimbas (cortes
de calles violentos, con quema de basura y caucho).
Allí la paradoja, con ellos y
ellas transcurrimos estos días de turbulencia en Venezuela. El intento de golpe
parece no terminar de doblegarse, mientras tanto, el gobierno de Maduro inicia
una nueva etapa en la defensa de la paz y de la democracia: la respuesta del
presidente venezolano al gobierno de Panamá, por agitar ideas intervencionistas
en la OEA, expresada con contundencia desde el mismo palco desde el cual rindió
homenaje al Comandante Eterno tras cumplirse un año de su muerte; la asunción
de Bachelet en Chile como el marco para la reunión de cancilleres de UNASUR que
en bloque sólido expresó su apoyo a la democracia en Venezuela; la conferencia
de prensa de Maduro con periodistas de todo el mundo, sumado a la reciente
decisión de lanzar un programa de radio desde el cual dialoga de modo directo
con la ciudadanía. Así, el ámbito internacional y el comunicacional son el eje
actual de la defensa, ante la persistente presencia del relato opositor en la
escena mediática internacional que a través de CNN intenta la construcción de un escenario de guerra.
Las muertes en las guarimbas
siguen produciéndose y en cada una, en cada caso, estos compañeros históricos,
con quienes convivimos en estos primeros días de marzo, se telefonean, se
escriben, se dan ánimo. Porque, también, las palabras se trastocan demasiado por
momentos, los sentidos se tergiversan al punto del irrespeto absoluto hacia
esas víctimas que padecieron en sus cuerpos el sentido total y absoluto del
término dictadura. Por eso el contacto entre ellos se torna necesario, sanador.
Porque la actualización de esa otra
época, la de los 70 en la parte sur de esta América, parece inevitable. Las
moradas construidas para encontrar la paz no bloquean la voz interna que no
resigna la justicia, la paz, la democracia y la solidaridad como valores de lo
humano.
Sus bibliotecas que rebalsan
títulos clásicos de la política, la sociología, la novela o la poesía, no
alcanzan para imponer la racionalidad ante la sensibilidad de los hechos. La reedición
de dolores pasados y eternos, llegan a nosotros en sus miradas profundas, en
los largos silencios y, por momentos, en voces a punto de la lágrima o en la
manifestación de algunas obsesiones. El exilio y la clandestinidad han dejado
sus huellas, al igual que esa marca que no tiene remedio: la del terror al
sufrimiento con el dolor incalculable de la tortura como posibilidad inminente.
Y aunque no nos guste extendernos en las implicancias de lo que significa una dictadura,
parece que la hora amerita, una vez más, ese esfuerzo por ubicar las cosas en
su sitio.
Porque nos gustaría hablar de
socialismo del siglo XXI, del sentido y los desafíos del poder popular, de las
misiones como brazo ejecutor de políticas públicas en revolución, de las
experiencias de recuperación de los recursos estratégicos en nuestros países,
de la revolución por vía pacífica. Sin embargo, estos grupos opositores que
instan a retroceder, nos sitúan en la necesidad de remarcar, una y mil veces,
la abismal diferencia entre la dictadura como exterioridad que cataloga
basándose en quién sabe que rasgos, y la dictadura como vivencia íntima y
colectiva que ha parido perseguidos, desaparecidos, exiliados, madres, abuelas,
hijos, nietos y tanto más.
Nada es casual en las palabras y
en los fenómenos que se producen. Las transformaciones en Venezuela son fundacionales.
El proceso constituyente ha dado lugar a una constitución antinatural a la
derecha. Ese pequeño librito que Chávez no cesaba de enrostrarle al mundo,
conceptualiza una nueva visión de vida en sociedad. La base es el poder del
pueblo como potencia en la determinación de su destino.
“Yo creo que es terrible el poder
constituyente, pero así lo necesitamos, terrible, complejo, rebelde; nunca debe
someterse al poder constituido, no debe congelarse (…) Ese poder es el dueño
del escenario, de la república, no somos nosotros, gobernadores, gobernadoras,
alcaldes, alcaldesas, ministros, ministras, diputados, diputadas. Vamos a
refrescar esto para traerlo a la conciencia y al actuar diario…” Chávez,
expresa en estas palabras que el poder radica en esa complejidad que
denominamos pueblo, por eso la constitución que ha logrado Venezuela sienta las
bases para transitar al socialismo. Porque, además, y desde el punto de vista
de la propiedad, pone en letras aquello que el libertador Bolívar ya había
definido: “todo es de todos”, la tierra, los mares, las piedras y lo que del
barro negro y de los mares surja. Chávez volvió ese paradigma a la conciencia
colectiva, así el proceso de la refundación sustentado en la asamblea
constituyente lo expresa en la nueva constitución de la República Bolivariana
de Venezuela. La derecha no perdona la exclusión de ese relato, por eso
necesita construir la guerra, ese supuesto enfrentamiento entre compatriotas,
para hacer viable ante los ojos del mundo la intervención y el golpe de estado:
única forma en que esas letras, en esencia revolucionarias para el orden
imperante, se suspendan.
Allí está la clave para entender
lo propio de esta intentona. No se trata sólo de un descontento con la forma de
gobierno, del desabastecimiento de ciertos productos o de la indignación por la
pérdida de privilegios de algunos. El asunto aquí es más complejo, la derecha ha
descubierto que por la vía electoral perderá aunque gane, porque lo cierto es
que ya ha perdido la madre de todas las batallas que es la que dio origen a los
nuevos principios rectores de la vida social, cultural, política y económica de
Venezuela. Está en juego el precedente que sienta Venezuela si profundiza la
ligazón cívico – militar que ha logrado, si desarrolla modelos socio
productivos inclusivos basados en experiencias de poder popular- ese era el
camino que Maduro había emprendido en esta fase de la revolución- y, como es
obvio, está en juego el petróleo como recurso estratégico de todos, al mejor
estilo bolivariano, o de unos pocos, al mejor estilo del capital concentrado.
Mientras tanto, estos hombres y
mujeres que peinan canas, que saben el modo en que teoría y práctica se
articulan, simulan haberse ido del mundo. Sin embargo, esa presencia
estratégica en el aquí y ahora de la historia, aporta la experiencia de los
errores y apunta con su fusil de ideas al punto exacto que es preciso desarrollar
en todo el territorio. Cual hormigas, por las bases, con las herramientas
normativas y políticas van promoviendo poder real. Los consejos comunales se
activan tras sus pasos. Aún las experiencias son escasas, lo saben y aceleran
en momentos donde otros miran expectantes. Es ahora, este es el momento en que
el poder popular debe cobrar materialidad instituyente, rebelde, como decía el
comandante. Aunque el imperio pretenda poner límite a esa fuerza, aunque sean
capaces de inventar otra guerra, la audacia ya ha permeado la subjetividad del
pueblo: hay una sociedad justa en el horizonte, ahora o más luego, en todo caso
se trata de una cuestión de tiempo.
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