Entre montañas y caminos zigzagueantes de piedritas por partes y
asfalto por otras, llegamos a Tarabuco. A tan sólo una hora y media de la
ciudad de Sucre, para perdernos en sus callecitas de los mil y un colores de la
tierra que contrastan con los brillos de los tejidos de ponchos, gorros,
aguayos, polleras, bolsos y manteles. Es zona de tejedoras que cuentan cuentos
en sus mantas. No hay un tejido igual a otro, aunque en varios se dibujen vizcachas,
maizales o casitas. Los hilos hablan el lenguaje de lo cotidiano hecho
historias que perdurarán bordadas. Todos hablan tres idiomas, el quechua
(siempre), el español (cuando es necesario) y el de los dedos que hilvanan
historias.
El cuento que se narra en días domingos es el del trueque en el
mercado campesino, el estacionamiento de burros no deja lugar a dudas. Toditos
y toditas bajan con sus papas, maíces, tomates, cebollas, ajos, zanahorias,
lechugas y más y más cultivos que envueltos en aguayos hacen de los burros una
fiesta de colores. Ahí se produce el intercambio material y simbólico. Las
noticias vuelan y los celulares vuelven a tener carga, para avisar en la casa
que se apronte la encomienda que el bus que salió del pueblo ya va en camino. En
el medio del monte, en el adobe de un ladrillo el celular suena. La doña que
lava ropitas al sol del mediodía, va a preparar a la casa de tejas bien rojas
los abarrotes necesarios. Luego, sale al campo seco y mira en el horizonte que
allí se asoma, en sube y baja, un bus. Se acerca a la ruta, hace poquito
asfaltada, y entrega la encomienda. Ese aguayo que envuelve cultivos frescos,
ropita limpia y una manta nueva, se va hacia Sucre. Es la encomienda para la
joven que ya hace un año se fue a estudiar allá.
María
José Parra (narración)
Martín
Marino (fotos)
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